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domingo, 16 de abril de 2017

La noche de los bastones


Estoy cansado; pasé la noche .escribiendo a los maestros y ya debe ser  muy tarde. Soy un pobre minúsculo que cuando vi como recibían palos me volví hacia la sombra del escritorio pensando cosas sin esperanzas. Se me dio por apagar la luz para penetrar. aún más en el territorio de la oscuridad. Intuí que hace muchas horas que terminaron los ruidos de la cretina noche y el sol ya debe estar levantando.  Me lleno los pulmones con el primer aire que anuncia el amanecer. Antes de entrar en esta noche retinta, me llamó Ernestina para decirme que las estaban moliendo a palos en la plaza de los dos Congresos. Hasta me asombra haber demorado tanto tiempo en descubrirlo por televisión. Pero ahora siento que mi vida no es más que saltos, el paso de fracciones de tiempo, una y otra, una y otra, como el ruido de un reloj, el agua que corre. En la pileta del fondo hay una canilla que estuvo chorreando toda la noche sobre una cacerola sucia. Es molesta. Me cuesta mucho levantarme para cerrarla. Estoy tirado frente al escritorio y el tiempo pasa. Se me aparece la cara tensa de Ernestina esquivando golpes y junto a otras maestras gordas diciéndole a los policías: “Nosotras te enseñamos a leer”. Yo estoy deprimido y el tiempo se arrastra, indiferente, a mi derecha y a mi izquierda.

Esta fue la noche; quien no pudo sentirla así no la conoce. Todo en la vida es mierda y ahora estamos todos ciegos sin comprender.  Hay en el fondo, lejos, un coro de perros, algún zorzal canta de vez en cuando, al norte, al sur, en cualquier parte ignorada. La sirena de una ambulancia se repite sinuosa y muere a lo lejos. Desde la ventana de enfrente, atravesando el patio, se escucha el ronquido de un tipo. El cielo se empieza a mostrar pálido e inquietante, vigilando los grandes montones de sombra en el patio. Ha gritado la última golondrina que se va. Hay una humedad fría tocándome la frente. Mi interés fue siempre mirar qué hacen las manos de todo el mundo. Seguir la de los hacedores. Ver las manos de Ernestina manchadas  .de tiza blanca contra un oscuro pizarrón. Pero toda la noche fue inapresable, tensa, alargando su alma misteriosa en el molesto goteo de la canilla mal cerrada, en la pileta de portland del patio de ladrillos gastados. Soy un hombre que quedo solo, rodeado en la imprevisible nocturnidad. de la angustia. Ya nada tengo que ver con ella. He fumado hasta el fin, sin moverme, sin atreverme a cerrar el grifo. Todo es inútil y debo de tener por lo menos el valor de no usar pretextos. Despuntó un sol engañoso. Voy a tirarme en la cama, enfriado, muerto de cansancio, buscando dormirme antes de que llegue Ernestina, tal vez magullada, tal vez con heridas en las manos. Espero que cierre la canilla de la pileta, que sigue chorreando sobre la cacerola sucia. Un infierno.  
Intertexto     

2 comentarios:

  1. ..."Despunto un sol engañoso" Esa es la sensación que nos desquicia. !!!Excelente!!! Juan.
    Esther Moro

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  2. Tristeza infinita. Pero debemos transformarla en furia y gritar No se le pega a los docentes!

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