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domingo, 30 de abril de 2017

Amor


Cómo estás y me dices: con los nervios
a flote, me abandono enseguida y apenas
puedo seguir un orden, se me va
el santo al cielo. El aire tira
mucho, los arces cabecean. Recuerdo que llorabas
con un cuarteto para cuerda de Brahms
y de pronto pensé: lo que se eleva
es débil. Te rompiste. El viento desmelena
los arces del jardín. Sonríes. Lo mejor son
las nubes, dices, creo que lloverá. Y sonreímos.



Fermín Herrero

sábado, 22 de abril de 2017

"Nos une el espanto"

Las crónicas asépticas dicen que un cuerpo de Gendarmería Nacional ingresó el viernes 29 de enero de 2016 a las 21, a la Villa 1-11-14 en el Bajo Flores, Buenos Aires. Que los gendarmes informaron dos heridos de la fuerza y ese saldo fue repudiado por el Ministerio de Seguridad. Pero que, poco después, se conoció lo inexplicable: que en realidad, los gendarmes habían atacado con balas de goma y de plomo a una murga de la villa, llamada Los Auténticos Reyes del Ritmo, integrada por adultos, jóvenes y también niños. ¿Cómo defenderse ante el espanto? No hay muchas armas. Pero las pocas que existen están en alto.
Atenazada por ese espanto, la escritora Liliana Bodoc, cuya poesía se cuela página a página en sus maravillosas novelas (La saga de los confines, Memorias impuras, Tiempo de dragones, entre otras), decidió defenderse con la poesía. Y lo que hizo fue escribir, entonces, un poema que no se cobije en la prosa de uno de sus relatos o en la canción que entone alguno de sus personajes. Al parecer la mendocina ha creído que si la poesía es el mecanismo de defensa, debe ser blandido como tal. 




Los Auténticos Reyes de la Historia

por Liliana Bodoc

Me voy de carnaval
A murguear, a construir la fiesta.
¿Va a venir a escucharme? Yo soy de los que cantan.
«Vamos rojo al ritmo de la murga»
Me contaron que esto de la murga es viejo como usted.
¡No se me enoje!
Eso me hace feliz porque me da un pasado.
No un día sino muchos
Un pasado, ¿me entiende?
Un barrio como un mundo.
«Todos los domingos siempre voy a estar
Recordando siempre al que ya no está»
Me voy de carnaval, de redoblantes.
Burla para el infierno.
Me voy de mascarada a celebrar que somos los que fuimos.
Después pase un ratito y me saluda.
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«Vamos rojo al ritmo de la murga»
Y de repente se rompió la risa.
Se deshizo la gracia.
¿Qué pasa?
¿Por qué duelen los cantos?
¿Quién golpea? ¿Quién corre?
Mi máscara chorrea por la frente.
¿Por qué, si estoy bailando?
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Mañana, cuando ya no tenga miedo
Voy a pensar despacio.
Mañana voy a entenderlo todo
Y que ¡Oh, dale oh!
No hay paliza más grande que una fiesta del pueblo.
¡Dale, oh! ¡Dale, oh!
Ellos van a pasar
Y la murga
Va a seguir calle arriba
Dale oh, dale oh                        
Hasta la vida.

domingo, 16 de abril de 2017

La noche de los bastones


Estoy cansado; pasé la noche .escribiendo a los maestros y ya debe ser  muy tarde. Soy un pobre minúsculo que cuando vi como recibían palos me volví hacia la sombra del escritorio pensando cosas sin esperanzas. Se me dio por apagar la luz para penetrar. aún más en el territorio de la oscuridad. Intuí que hace muchas horas que terminaron los ruidos de la cretina noche y el sol ya debe estar levantando.  Me lleno los pulmones con el primer aire que anuncia el amanecer. Antes de entrar en esta noche retinta, me llamó Ernestina para decirme que las estaban moliendo a palos en la plaza de los dos Congresos. Hasta me asombra haber demorado tanto tiempo en descubrirlo por televisión. Pero ahora siento que mi vida no es más que saltos, el paso de fracciones de tiempo, una y otra, una y otra, como el ruido de un reloj, el agua que corre. En la pileta del fondo hay una canilla que estuvo chorreando toda la noche sobre una cacerola sucia. Es molesta. Me cuesta mucho levantarme para cerrarla. Estoy tirado frente al escritorio y el tiempo pasa. Se me aparece la cara tensa de Ernestina esquivando golpes y junto a otras maestras gordas diciéndole a los policías: “Nosotras te enseñamos a leer”. Yo estoy deprimido y el tiempo se arrastra, indiferente, a mi derecha y a mi izquierda.

Esta fue la noche; quien no pudo sentirla así no la conoce. Todo en la vida es mierda y ahora estamos todos ciegos sin comprender.  Hay en el fondo, lejos, un coro de perros, algún zorzal canta de vez en cuando, al norte, al sur, en cualquier parte ignorada. La sirena de una ambulancia se repite sinuosa y muere a lo lejos. Desde la ventana de enfrente, atravesando el patio, se escucha el ronquido de un tipo. El cielo se empieza a mostrar pálido e inquietante, vigilando los grandes montones de sombra en el patio. Ha gritado la última golondrina que se va. Hay una humedad fría tocándome la frente. Mi interés fue siempre mirar qué hacen las manos de todo el mundo. Seguir la de los hacedores. Ver las manos de Ernestina manchadas  .de tiza blanca contra un oscuro pizarrón. Pero toda la noche fue inapresable, tensa, alargando su alma misteriosa en el molesto goteo de la canilla mal cerrada, en la pileta de portland del patio de ladrillos gastados. Soy un hombre que quedo solo, rodeado en la imprevisible nocturnidad. de la angustia. Ya nada tengo que ver con ella. He fumado hasta el fin, sin moverme, sin atreverme a cerrar el grifo. Todo es inútil y debo de tener por lo menos el valor de no usar pretextos. Despuntó un sol engañoso. Voy a tirarme en la cama, enfriado, muerto de cansancio, buscando dormirme antes de que llegue Ernestina, tal vez magullada, tal vez con heridas en las manos. Espero que cierre la canilla de la pileta, que sigue chorreando sobre la cacerola sucia. Un infierno.  
Intertexto