Vacía,
la hamaca se
bambolea
en el jardín
cubierto de ponderaciones acabadas.
Las risas de
los veintitrés primos ya son un eco,
ya son
preguntas,
ya nada es
genético.
En la
elongación de la osadía la casa pierde la forma tierna,
pendular,
de los
tiempos felices.
Son
subterráneos los caminos otrora prominentes,
con argamasa
que ahora sostiene materia oscura.
En la
granulosa mesa familiar de la cocina desprovista,
un café con
leche espera el abandono.
Polvorosa sombrita
sobre los muebles
con paredes que
no son de una sola forma
ya cubiertas
con la fetidez del musgo imperial.
Cómo decir
del alborozo recuerdo de gritos virginales
y la inactual
ternura absorviendo el centro del sistema,
cruzando la
niebla del recuerdo,
ante los
tres pinos secos,
germinados
de tierra negra y materia turbia.
Me acurruco.
Siendo la
minúscula célula asombrada y muda,
recorro la
casa de la gran familia diseminada
que trató de
crecer humanos en una totalidad que no habla,
que sólo
gesticula el desmonte.
Creo sentir
el soplidito de una brisa suave
que bambolea
la hamaca
como
esperanza mudable,
soberana.
Juan Disante - Buenos Aires - 21/11/17